miércoles, 2 de marzo de 2011

CAPÍTULO 9. Redención.

Por culpa de un segundo, ni siquiera, de una fracción de segundo, había perdido todo. Jamás volvería a ver un atardecer, ni a Calgary, ni los colores, ni las formas. Lo único que habría sería oscuridad, negrura que me acecharía por todos lados y me obligaría a realizar pasos en falso a cada minuto. Sería como un rotulador permanente, que a medida que lo extiendes, cubre todo lo que hay debajo. Reproduzco mentalmente los hechos tal y como los recuerdo. A cámara lenta, el tiempo y el espacio suspendidos en el aire, veo de nuevo el coche frenando bruscamente, vuelvo a oír el chirrido de los neumáticos, huelo el olor de la goma quemada de las ruedas tratando de detener los mil kilos del vehículo. Rememoro el terror de la cara de Luna al sentirse ya atropellada, el impacto contra el suelo brutal. Recuerdo los estrépitos, gritos, ruidos, humo, mal olor, metal agujereado y abollado. El cuerpo del conductor semiinsconsciente tendido boca abajo en el suelo y Luna yaciendo aturdida a mi lado. La sangre tibia vuelve a bombear con fuerza en mi sien y en mi mejilla, donde recibí dos cortes poco profundos. Mi mente estalla de dolor al rememorar la luz impactando contra mis ojos sin protección, al mismo tiempo que me siento morir abrasada por dentro y por fuera.
Después de eso, la nada.
El dolor y el alivio se daban la mano en el hospital. El dolor seguía abrasando mis ojos pero los olores ya no penetraban en mi nariz ni los estrépitos dañaban mis tímpanos. Los médicos levantaron mi cuerpo retorcido de agonía y lo depositaron en una camilla. Sumida en la negrura, mi cuerpo recuerda los bandazos de la ambulancia al desplazarse a toda velocidad por las calles, la sirena sonando, los otros coches dejando paso al vehículo sanitario enloquecido. Toda una odisea de golpes, de nuevo, cuando mi camilla es bajada de la ambulancia y trasladada corriendo al interior del hospital. Olor a medicina. Exlamaciones.
Dolor. Alivio. Frío. Calor. Vida. Muerte.
El ying y el yang sacudían mis entrañas por dentro.
Medicinas, sedantes, pinchazos. Palabras de ánimo, caricias, suspiros. Esperanza. No me iba a morir. Pero tal vez quedaría ciega para siempre. Faltaba el testimonio del médico.
-No perderás la vista por siempre. Acabarás recuperándote, a la larga.
Entonces mi mente se llenó de todo y de nada. Fuerza, carácter, esperanza, ánimo. Me iba a hacer falta desgranar cada granito de valor y de suerte. Lo necesitaría.
Jamás he sido una persona especialmente fuerte. Más bien, de niña me caracterizaba por desanimarme demasiado pronto. Cuando tienes todo y de repente te quedas sin nada, te hundes. Y más en mi caso. Los sentimientos formaban una compacta marea que me arrastraba hasta el abismo. Y una vez dentro, ya no podría volver a salir. Pero, cuando en tu vida sólo hay dolor y tristeza, y repentinamente unas palabras, una sonrisa, te inspiran confianza, tu organismo recupera todo el valor que has tenido a lo largo de tu vida. Entonces se concentra más y más durante medio segundo, y acto seguido se vuelca con fuerza. Llena tu cuerpo, lo vivifica, despeja tu mente. Ves el futuro mucho menos oscuro que antes, tal vez incluso una luz al fondo. Y entonces te agarras con uñas y dientes, o cualquier otra cosa, para trepar de los abismos del dolor y culminar en la esperanza y la redención. 

3 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  2. Wenas:
    Me encanta tu blog, está genial. Y todo lo que escribes me encantó.
    Te estoy siguiendo, como habrás podido observar.

    Suerte =)

    ResponderEliminar
  3. Muchas gracias Freethinker;)
    Está en vías el capítulo 10, pero tengo muchos exámenes esta semana y casi no tengo tiempo :S Ahora debería estar estudiando jaja

    ResponderEliminar