GritarporEscapar.

Ése es el nombre de mi otro blog recién empezado.
Os dejo el primer capítulo y a ver si os gusta ;)
Aquella noche no pudo dormir.
De nuevo su vecino tenía pesadillas.Era uno de los más comunes: el hombre se ahogaba en el río.Respiraba con dificultad; despierta en la cama, sudaba y le dolía el pecho. Dos puntos negros se extendían lentamente ante sus ojos y sentía frío por todo el cuerpo. Se abrazó las rodillas, aterrada. Sabía cómo acababa la pesadilla, pero en ese instante no era capaz de recordar nada, sólo podía pensar que se estaba ahogando. A sus pies, la gata dormía plácidamente. La envidió.Cuando el aire apenas llegaba a sus pulmones, el pecho parecía a punto de estallarle y ya no veía nada, aquello acabó.El aire llenó sus pulmones, trasportando vida de nuevo; los puntos negros volvieron a dejarle ver el mundo y otra vez se halló sobre su cama. Se levantó, se pasó una mano por el pelo, entró en el servicio, se mojó y volvió a salir. Las piernas aún le temblaban y las lágrimas resbalaban de sus ojos. Volvió a meterse en la cama. Poco a poco fue calmándose y, cuando su vecino logró dormirse y tuvo sueños agradables, ella por fin pudo tener los suyos.Se despertó, como siempre, con la llegada del amanecer. Jamás dormía con las persianas bajadas, porque cuando vivía en la otra casa había alguien en el edificio que tenía un miedo cerval a la oscuridad. Y ella, al leer sus pesadillas, cogió miedo a la penumbra. Se levantó, se vistió maquinalmente y se dirigió a la cocina, como de costumbre. Preparó el desayuno con gestos mecánicos. Su padre aún tardaría unos veinte minutos en despertarse y todo debía estar preparado. O se enfadaría y las paredes temblarían. Puso la mesa, sirvió el café, llevó las tostadas y la mermelada y lo dispuso todo.Su padre se levantó un poco más tarde y se sentó a la mesa. Estaba de buen humor. Le dio los buenos días y ella se relajó; iba a tener un día tranquilo. O eso esperaba.Se fue a clase. Siempre llegaba antes de tiempo porque así pasaba el menos tiempo posible con su padre. Le mentía diciéndole que tenía exámenes o cualquier otra cosa, y así podía irse a las ocho de casa. Total, toda una vida levantándose pronto, ya estaba acostumbrada a hacer las cosas con tiempo. En el aula se sentaba atrás del todo. El tutor la había puesto allí porque prefería tener delante a los malos alumnos y ella no tenía ninguna dificultad para estudiar. De hecho pocas veces estudiaba. Eran aún las ocho y cuarto. Se puso los cascos, empezó a escuchar Claro de luna y se entretuvo resolviendo ecuaciones de quinto grado. Tenía catorce, estaba en segundo de la ESO, se suponía que aún no las había aprendido, pero no le eran difíciles.Un chico entró en la clase, pero ella no se dio cuenta. Había una ecuación más difícil en la que estaba inmersa. De repente notó un golpecito en el hombro. Se quitó uno de los auriculares, se giró y se encontró con el desconocido.-Hola, hola -la llamó sonriendo-. Llevo un rato intentando hablar contigo.-Lo siento -dijo, recogiendo con rapidez las hojas en las que estaban apuntadas las ecuaciones.Él las vio. Cogió una, en la que estaba la ecuación que todavía no había resuelto, y la miró.Ella sintió que se ponía roja.-Espero que no estéis dando ecuaciones de sexto grado -dijo él.-Aún no hemos llegado a las de tercer grado -replicó ella.Intentó apoderarse de la hoja, pero el chico la puso lejos de su alcance. Cogió un bolígrafo, se apoyó en la mesa y resolvió con rapidez la ecuación.-Te fallaba esto -dijo señalando un número.-Me habría dado cuenta -contestó ella. Todavía no le había mirado. Al menos no directamente.-Soy Sergio -se presentó.-Victoria.Entonces él la forzó a mirarle. Ella terminó por hacerlo. Se sumergió en una marea que la zarandeó de un lado a otro, la invitó a bucear en sus ojos y nadar en sus aguas. Cerró los ojos. Cuando los abrió de nuevo él ya no la miraba, y se alegró.A pesar de sus ojos peligrosamente azules y perturbadores, no era feo. Tampoco era el típico guaperas musculitos que sorprende a todos si sabe sumar uno más uno. Le gustó, pero no le agradó que se inmiscuyera en sus asuntos y que le resolviera la ecuación. Como tampoco era una persona muy orgullosa, a los pocos segundos lo olvidó.Le sorprendió que supiera resolver la ecuación. En su clase, que supiera, sólo lo hacía ella, porque el resto de su clase eran un rebaño de cabezas huecas. Y sin exagerar.Suspiró, se quitó los auriculares cuando el timbre inició la clase, abrió el libro de lengua, observó a sus compañeros entrar en el aula y se dejó llevar. Se repartieron las fotocopias, leyeron el texto del día, y como siempre, la profesora se enfadó. Llamó a la clase maleducados y soltó un par de tacos, pero poco más.-Eh -la llamó Sergio-. ¿No te aburres?-¿Y tú que crees? -le respondió con sarcasmo. Ni siquiera lo miró.-Oye. Eres más lista que los demás... ¿no?-Sí.Nunca lo había confesado en alto, no con tanta claridad. Lo sabía desde siempre. Cuando sus compañeros estaban empezando a leer frases cortas ella ya leía textos con soltura. No tenía el menor problema en hacer los problemas de matemáticas... Decirlo en voz alta, confirmar lo que ya sabía, no hizo sino darle más confianza. Se puso recta en el asiento y lo miró.-Yo también -dijo Sergio.Ambos sintieron que eran tal para cual, dos almas iguales en dos cuerpos diferentes. Dos personalidades similares y diferentes. La realidad los golpeó. Victoria fue la primera en apartar la vista, agotada de la montaña rusa emocional.Cuando acabó la clase y tuvieron que bajar a gimnasia, Sergio le guiñó un ojo y le sonrió.Ella no supo qué pensar.