domingo, 8 de mayo de 2011

CAPÍTULO 13.

En el comedor se repitió todo lo acontecido en la habitación. La gente me felicitaba al verme rezumando pura felicidad. La única que no se alegró fue esa estirada de Angélica, que me dijo con desprecio:
-Podrías haberte quedado ciega un poco más; a tu yegua le irían bien unas vacaciones tras tener que aguantar tu culo gordo.
La miré con la más inocente de las sonrisas y le contesté.
-Pero, Angélica, cómo no me había dado cuenta antes. Tu caballo está a punto de morirse de llevarte con las espuelas todo el día.
Me alejé con Luna riéndose detrás de mí, aunque vi por el rabillo del ojo que Angélica se ponía furiosa. Desayuné enseguida y corrí a hablar con Sam y con María. El despacho de ésta última estaba cerca de las cuadras de los caballos, así que corrí primero a la sala para ir después a su box y demorarme junto a Calgary.
-¡Hola, Sam! ¡Hola, María!
Ellas levantaron la vista y me miraron. Primero la sorpresa les tiñó los ojos; luego la alegría.
-¡Has recuperado la vista! ¡Es fantástico! -exclamó María abrazándome.
-Sólo venía a comunicároslo, y que a partir de mañana retomaré las clases tanto normales como las de equitación con Calgary -les dije.
-Pienso que es mejor que montes primero a la yegua en una clase preparatoria antes de proseguir, aunque sólo sea por volver a acostumbrarte a ver todos los obstáculos -sugirió María.
-Sí, buena idea; apúntame en cualquiera de las de los niños pequeños que vienen a montar.
-Me parece bien. Si quieres lo haremos hoy mismo, después de comer. A las cuatro en el picadero exterior, que hoy hace buen día.
Levanté el pulgar, sonreí y salí. La cuadra de Calgary estaba alejada, así que corrí como loca y entré en su box.
Calgary! Hola, bonita -le dije con dulzura, acariándole el cuello sin parar.
Su hocico inquieto me olió y resopló suavemente.
-Pensé que nunca te iba a volver a ver -le conté-. Pensaba que jamás contemplaría de nuevo, que ya sólo podría guiarme por los recuerdos que el ir y venir de nuestra memoria acaba olvidando. Sé que probablemente no puedas entenderme, pero te doy las gracias por estar ahí en estos tres meses, ayudándome a salir adelante.
Ella movió las orejas y piafó. Me acarició la mejilla con los belfos.
Yo sentí una humedad en los ojos que me esforcé en contener, emocionada.

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