jueves, 17 de febrero de 2011

CAPÍTULO 3. El primer día.

La voz de Luna me sacó de un bonito sueño en un bosque encantado.

-¡SILVIA! ¡DESPIERTA! ¡Vamos a llegar tarde!
-¿Qué hora essss...? -logré preguntar aún medio dormida.
-¡Casi las ocho! Tenemos que estar a las ocho y media en el aula 23.

Me despejé de golpe. Luna estaba ya vestida y aseada, comiéndose un cruasán, y tenía una taza al lado.

-Toma. -Me tendió otro bollo-. ¡Y date prisa!

Me puse unos vaqueros y una sudadera cualesquiera mientras me comían rápidamente el cruasán. Me peiné y me lavé la cara con prontitud.

-Vamos, corre -dijo Luna arrastrándome fuera de la habitación-. Tu pelo está hecho un desastre: hazte una coleta.
-¿Qué hay ahora? -pregunté mientras me la hacía, caminando deprisa escaleras abajo.
-Lengua, y creo que la profe es muy estricta. Nunca permite las faltas de puntualidad.

Llegamos justo antes de que tocara la campana, y como estaba previsto, entró la profesora. Era una mujer muy alta y muy delgada, vestida de gris desde el moño hasta los pies. Parecía una de esas institutrices inglesas de hace años. Luna y yo nos sentamos al fondo, ella delante y yo detrás, mientras la profe empezaba la clase:

-Hoy es el primer día de este curso, y quiero evaluar sus conocimientos, alumnos. Repartiré una hoja de análisis sintáctico. Acuérdense de...

Las oraciones eran bastante chungas, pero creo que supe hacerlas. Jopé, la señora era muy severa, no perdonaba nada de nada, ni siquiera pedir un típex. No me gustó nada. Cuando acabó la lección toda la clase suspiró y se relajó. La profe de lengua había dejado la puerta cerrada, por eso todos nos sorprendió bastante que se abriera de golpe y no entrara nadie. Pero repentinamente, corrió al interior una figura pequeña, saltó encima de la tarima y gritó:

-Bonjour, élevès!

¡Dios! Si quería un profesor loco, ahí lo tenía: el de francés. Hizo tonterías durante toda la hora, y era de estos hombres que es imposible que no te caiga bien de inmediato. Nos examinó verbalmente, a ver cómo estábamos de vocabulario. Yo suscité su atención.

-¡Caramba! Sabes más palabras hasta que yo -dijo sorprendido, y se rió.
-Me ha gustado el francés desde pequeña -contesté con sencillez-. Cuando tenía diez años me compraron un diccionario de francés y me entretenía buscando palabras...

La clase fue así en general. Después hubo un recreo de veinte minutos en el cual pude a) bajar a la cafetería y b) ir con Luna a ver a Calgary en plena clase. La montaba un chico de unos veinte años con cara de experto que la hizo galopar sin ningún problema.

-¡Eh, Sam! ¿Es nueva esta yegua? -preguntó el chico a la monitora, una chica rubia y bajita que estaba en medio de la pista.
-No, es de aquella chica, la del pelo marrón -respondió ella señalándome con la barbilla.

Él me sonrió y me dijo:

-Tienes una yegua magnífica. ¿Calgary, no?
-Sí -me enorgullecí.

El resto de la jornada de la mañana transcurrió sin incidentes. Como era lunes, aún no pude saborear una clase de música que esperaba, sería genial. Fui al comedor en compañía de Luna.

-¿Quieres conocer a mis amigos? -dijo animada-. Llevo aquí sólo tres semanas, pero ya he conocido a bastante gente.

-Venga, preséntamelos. -Tampoco quería ser una marginada.
Saltando delante de mí, me llevó hasta la cola, donde una larga fila de alumnos hacían cola; al final había dos chicos y una chica extraordinariamente alta, mediría casi uno noventa o así.

-¡Hola chicos! -saludó con entusiasmo-. Esta es mi amiga Silvia, mi compañera de habitación. -Saludé tímidamente.
-Yo soy Carlota -se presentó la chica. Tenía unos ojos enormes y muy azules, y era muy guapa.
-Y yo, Pablo -añadió otro. Lo miré durante un segundo, pensando...-. Soy gay.

¡Ah, me lo imaginaba!

-Sus padres se entusiasmaron cuando lo supieron -dijo el tercero-. Me llamo Diego.
-Me alegro de conoceros a todos.

La comida estaba bastante buena y el tiempo de semilibertad transcurrió entre cháchara y risas. De los tres amigotes de Luna, el que mejor me cayó fue Pablo, era increíblemente gracioso y serio a la vez. Carlota discutía con Diego por cualquier cosa, incluso por el número de macarrones con queso que había en sus respectivos platos.

Terminada la comida, Luna me indicó que teníamos tiempo libre hasta las cinco (y aún eran las tres y poco), hora en la que teníamos que estar enfrente del box de nuestro caballo. Aproveché el tiempo para llamar a mi padre y eché un par de partidas al billar con Pablo, Diego, Luna y Carlota. Pablo era muy bueno y nos ganó enseguida.

-¿Qué optativa has escogido, Silvia? -quiso saber Carlota en algún momento de la segunda partida.
-Eh... música, ¿tú?
-¡Yo también! Además, es mi segundo año aquí y el año pasado también me dio Manuel. Vamos a cantar ¿sabes? Y a bailar y a tocar instrumentos... Y no va a ser como una clase normal.
-¡Qué guay! -exclamé-. Me encanta cantar.

Diego también se había apuntado a música, pero Luna y Pablo preferían teatro.

Transcurrido el tiempo libre, a las cinco menos cuarto fui a cambiarme -me puse mis pantalones de montar, botas y una camiseta de manga corta vieja-, cogí mis casco y fui a las cuadras en compañía de Luna. Ensillamos juntas a nuestros caballos y aguardamos expectantes el comienzo de la clase de equitación.

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